Llámalo por su nombre

Historias de los que se atrevieron a gritar "libertad" en Cuba


Por Ray Pascual

Luis Frómeta: el hombre que vio más de la cuenta

Brizaida y su hijo de cinco años ya no podrán viajar a Alemania. El plan era hacerlo en diciembre del 2021, pero una decisión absurda de las autoridades judiciales de la isla frenó aquello. Luis Frómeta, esposo de Brizaida desde hace 9 años, llevaría a su familia a conocer la Alemania donde vive hace 40 años.


Pero Luis Frómeta está preso en el Combinado del Este por las manifestaciones del 12 de julio en La Güinera. La sentencia que carga es de unos pesados quince años de privación de libertad.


Frómeta, en aquel julio caliente donde el pueblo cubano tomó las calles como nunca antes, estaba de visita en Cuba, como suele hacer al menos una vez al año, en un período de tres meses. En casa, aquel día 12, la familia –esposa e hijo de Frómeta, hermanas y cuñados- compartía una tarde de celebración y de comunión. Nadie de los presentes imaginó cómo terminaría aquello.


Frómeta y Aldo, su cuñado, en algún momento de la tarde salieron de casa en busca de una botella de ron. Para el momento en que salieron, todavía La Güinera estaba “tranquila”.


Pero llegando a cumplir su objetivo, la llama de la protesta era un fuego pequeño y tímido, que Frómeta y Aldo no tardaron en avizorar.


Decidieron observar aquello. No había problema en eso, supuso Frómeta. Poco a poco la manifestación fue aglutinando más personas, y las consignas antigubernamentales fueron tomando más fuerza. Frómeta sacó su teléfono del bolsillo y comenzó a grabar lo que estaba sucediendo.


Hay que hacer una inmensa salvedad aquí. Es cierto que muchísimas personas –hijos de la era tecnológica- documentaron la manifestación del 11 y 12 de julio mientras también participaban en ella. Sobre Frómeta debemos decir que había una razón añadida.


Luis Frómeta era un cubano que se había marchado a estudiar a Alemania en los ochenta, y había echado raíces allá, teniendo hijas y nietos. Mientras el veía a su pueblo en la calle, reclamando derechos que, según la propaganda cubana en todos los canales y televisoras, ya el pueblo tenía, se le estremeció el interior y quiso documentar aquello para al llegar a Alemania, contarle a sus hijas y nietos. Quiso decirles, miren, yo estuve ahí, el día que todo el pueblo de Cuba se cansó y salió a protestar.


Un policía le retiró el teléfono a Frómeta. Entre varios más fue conducido violentamente –tonfa en el cuello de por medio- a la Estación de la PNR de El Capri.


Allí, le recriminaron haber estado grabando aquel “desorden”, pero le advirtieron que su detención temporal tenía un carácter profiláctico. Según un oficial de la estación, si seguía en la calle, como veían que se estaba acrecentando la protesta, lo iban a detener, así que ellos, “lo detuvieron para que no se complicara”.


El día 13 en la mañana Frómeta fue puesto en libertad bajo la condición del decomiso momentáneo de su teléfono celular. Ellos le avisarían para que regresara a la estación policial a recogerlo. Esto debía hacerse antes del 17, que era el día de la fecha de vuelo de Frómeta.


El mismo 17 en la mañana, varios oficiales de la seguridad del estado se presentaron en casa de Brizaida buscando a Luis Frómeta. “Tiene que ser rápido, que el vuela orita”, le dijo la esposa. “Sí, es que tiene que firmar la entrega del teléfono”.


Aquello fue una encerrona.


Frómeta jamás regresó a su casa con su esposa y su pequeño de 3 años en aquel entonces.
En el juicio realizado le recriminaron que estuviera instigando a delinquir porque su voz se oía. Aldo, su cuñado, que ejerció como testigo, indicó que Frómeta no estaba convocando a nadie, sino que, primeramente, su voz se oía más alto porque estaba muy pegado a su propio teléfono, y en segundo lugar, le hablaba a Aldo mismo, que con él andaba.


Las autoridades mandaron –en pleno juicio- a arrestar a Aldo, quien está en espera de apelación, después de haber sido enjuiciado un año después por participar también en las protestas, con una sentencia de cinco años de trabajo correccional con internamiento.


Para Frómeta pidieron 25 años inicialmente bajo la causa de desacato. Era inconcebible. Luego del juicio y apelación, la sanción se redujo a quince. Hay una sola razón que nos puede hacer entender la verdadera razón para que Frómeta –que no participó en las protestas- esté hoy preso.


Cuando Frómeta fue arrestado, la manifestación apenas había comenzado. El cubano-alemán fue trasladado entonces a la estación, y fue allí testigo de cómo los policías, las tropas especiales, y otros efectivos paramilitares, se articularon para reprimir las protestas.


Frómeta vio llegar a la estación decenas de hombres heridos, con la cabeza y cara ensangrentada, con pies fracturados, heridos de bala. Frómeta fue incluso recriminado por intentar ayudar a un herido que no podía sostenerse en pie. Frómeta era un testigo magistral de la violencia y el horror desplegados por las autoridades militares.


“El vio mucho, vio cosas que no tenía que ver”, dice Brizaida.


Hoy Frómeta está en el Combinado del Este, y se lamenta de cuánto dinero ha gastado el régimen cubano en venderse como un paraíso de derechos.


Sus hijas mayores lo visitan en prisión. Eso sí. Ellas no van a la misma sala general y bulliciosa donde va Brizaida y su hijo, con un asiento de hierro y un calor insoportable. Ellas se reúnen con su padre en un lujoso lobby climatizado, con hermosos muebles de damasco blanco. Porque eso es lo que le importa a la Revolución, lo que se ve desde afuera.


Por dentro, esto es un país de derechos podridos.

Esta sección está dirigida por el periodista independiente Ray Pascual.
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