Hace casi dos años una foto de un niño de 20 años vestido de gris dio la vuelta en redes sociales. Un niño de 20 años que estaba preso en la Prisión de Menores El Guatao. La foto contenía una información al pie que conmocionó a todos: aquel niño, condenado a 6 años por manifestarse el 11 de julio, no sabía leer ni escribir.
Gilberto Castillo Castillo ha pasado por cuatro lugares, entre depósitos para detenidos y cárceles. En estos dos años, indudablemente, ha sido evaluado psicológicamente en menos ocasiones. Tampoco es que haya cambiado en algo su situación a pesar de la evidencia arrojada sobre sus discapacidades.
El marzo del 2021 Gilbertico fue hallado culpable de los delitos de desorden público, atentado y sabotaje. Antes, en el juicio, el abogado apeló a los dictámenes médicos de su cliente, y pidió libertad inmediata. El expediente clínico de Gilbertico fue aún más diáfano que el pie de foto que conmocionó a los amigos de la causa de la libertad de Cuba: el menor tiene un desarrollo cerebral entre los 7 y 12 años.
Gilberto no pasó de primer grado. Su madre tampoco fue mucho más lejos.
El niño participó en las protestas del 11J en su municipio Güira de Melena. Sí, lo sabemos; hay videos que lo muestran lanzando dos piedras a la tienda en moneda libremente convertible de la ciudad. Pero el video mismo tiene un discurso aún más escalofriante.
Las mismas manos que usa para lanzar la piedra son llevadas hasta la cabeza inmediatamente después. Este niño –y a nadie le quedó duda en el juicio- no sabía lo que hacía o por qué lo hacía. Y es que Gilbertico, no es consciente, por sus incapacidades, de muchas de las cosas que hace. Menos aún de las razones.
Hay pocas actividades en las que está plenamente involucrada su conciencia.
Le gusta asistir a las concurridas peleas de gallos que se dan en zonas campestres como en la que vive con su madre. La emoción y el bullicio animan a un chico que pasa casi todo el tiempo callado, y que cuando habla, suele repetir cíclicamente algunas frases sin sentido.
Esta conglomeración a la que recurre también es síntoma de que Gilbertico no es propiamente un antisocial. De hecho, tiene muchos amigos que lo quieren y lo acompañan, sin detallar en sus carencias cognitivas o comunicativas.
El Pini y Brenda, La Pichu, son algunos de esos amigos. Ambos hermanos fueron arrestados en dicha manifestación, y en el caso de Brenda Díaz, cumple una sanción de 14 años, pues fue contemplada por las autoridades como lideresa de la protesta en aquel municipio.
El Pini lo recuerda siempre, en frases como “era un muchacho muy tranquilo”. “Siempre estaba ahí, sin decir nada” y por otra parte también nos señala que “no sabía sumar cinco más uno”.
Lázaro Yeison, es otro de sus amigos más allegados. Eran el clásico dueto juvenil.
Yeison andaba con Gilbertico el 11 de julio, cuando en pleno corte de electricidad, y azuzados por un colindante San Antonio de los Baños que rompió el hielo de la manifestación, Guira de Melena decidió salir a la calle.
Todo empezó en el reparto La Guerrilla. Ahí mismo estaba Gilbertico cuando sus amigos comenzaron un cacerolazo que terminó en una caminata multitudinaria, y luego, en un enfrentamiento contra las autoridades.
Gilbertico siguió a sus amigos porque es de las pocas cosas que sabe hacer. Exigirle hoy distinguir causas políticas en su accionar –o sociales o de cualquier recoveco del pensamiento- es tan ridículo como haberle impuesto una sanción de seis años.
Mientras Gilbertico cumple sanción en la modalidad de trabajo correccional con internamiento, su madre Mariana entrega la poca salud que le queda en el ir y venir hacia las visitas en prisión.
Mariana es un libro cargado de plagas: quistes, tumores, problemas óseos, ceguera parcial y una matriz desprendida, producto de una terrible violación que sufrió a sus 14 años.
La foto que nos dio a conocer que existía un preso llamado Gilbertico, que aunque no sabía leer y escribir cumplía sanción como si estuviese en todas sus facultades, fue tomada precisamente por su madre en una visita. Esta indisciplina le pudo costar una suspensión de visitas durante un tiempo prolongado, pero el gobierno cubano embarajó el suceso, pues tuvo miedo del costo mediático.
“Madre, usted tiene un hombrecito ahí”, le han dicho a Mariana los reos que cumplen sanción junto a su hijo. Gilberto no se hace sentir en la prisión, como mismo no se hacía sentir en las calles de su ciudad.
Una sanción de seis años de prisión es la peor terapia que se le puede ofertar a un chico que pide a sus compañeros presos que le marquen el número de teléfono de la madre, pues él no sabe hacerlo.
Seis años de reclusión penitenciaria, por dos piedras que ni él sabe cómo llegó a lanzar, es muestra de que la dictadura cubana puede ser más cobarde y vil de lo que se piensa.
Todos se preguntan a quién se le ocurrió la descabellada idea de someter a esta familia –harta en necesidades y dolores- a una nueva tragedia.
Era muy sencillo. A este chico, que -en el momento de su detención- supo decir su nombre pero no dónde vivía, había que dejarlo en libertad, porque después de todo, alguien como él, ya ha sido liberado de muchísimas otras cadenas de las que jamás el resto de nosotros podrá liberarse.